Por Ana Inoa
La República Dominicana sigue en alerta por los efectos de la Tormenta Tropical Melissa. El COE mantiene al Distrito Nacional y 12 provincias en alerta roja, con protocolos activos por inundaciones, deslizamientos y desbordes, mientras INDOMET prevé continuidad de lluvias intensas y condiciones de mar peligrosas. El andamiaje institucional funciona; lo que falla —a la vista— es la respuesta social que minimiza el riesgo y trivializa la prevención.
Los boletines
internacionales y locales convergen: Melissa ya alcanzó fuerza de huracán,
con pronóstico de rápida intensificación y potencial de lluvias
torrenciales en el Caribe norte, un cóctel que multiplica el peligro cuando la
población ignora las advertencias. Y esto No es hipérbole: así lo consignan el NHC
y reportes de agencias que documentan el salto de intensidad y el panorama de inundaciones
y derrumbes en la región. Si la ciencia grita “prudencia”, la pregunta que
siempre nos hacemos es…. ¿qué explica que el ocio y el teteo siga imponiéndose
en plena emergencia?
La crónica
del día muestra el país en dos planos: de un lado, brigadas, personal
sanitario y voluntarios ejecutando protocolos; del otro, teteos a cielo
abierto, baños bajo la lluvia, niños en la calle sin supervisión y cruces
temerarios de cañadas como si la corriente fuese espectáculo, y lo peor,
sin pensar en el mañana. Las imágenes de calles anegadas y movilidad
interrumpida en Santo Domingo y otros puntos no son postales pintorescas:
son la antesala de pérdidas evitables cuando se normaliza el riesgo. Y sigo preguntándole
¿Hasta cuándo el entretenimiento valdrá más que la vida? ¿Hasta
cuándo convertiremos la alerta en ruido de fondo?
Esto no va
de obedecer por obedecer; va de ética pública. Las pautas oficiales —no
cruzar ríos ni arroyos, evitar salidas innecesarias, proteger a la población
vulnerable y respetar las restricciones— no son capricho, son conclusiones
de evidencia para un territorio con memoria de crecidas y suelos saturados.
La fe consuela, pero no sustituye la responsabilidad: la primera
línea de defensa está en decisiones domésticas —posponer la fiesta,
resguardarse, vigilar a los hijos— y en la cooperación ciudadana con los
equipos de respuesta.
Por eso la
pregunta vertebral es insoslayable y colectiva: ¿hasta cuándo la
desfachatez de hoy será el lamento de mañana? ¿Se necesitará más régimen de
consecuencia para aquellos irresponsables? Con Melissa en curso y la
probabilidad de lluvias extremas aún sobre la mesa, este debería ser el
punto de inflexión para alinear conducta con evidencia: acatar
indicaciones, priorizar la vida y pensar en comunidad. Dios protege, sí;
pero en la tierra la paz en medio de la tormenta empieza por la prudencia.
Solo así la próxima alerta no será, otra vez, crónica de una imprudencia
anunciada.













