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¡Venga la esperanza!



Por Néstor Estévez

En medio de tantas noticias sobre degradación humana, hablar de esperanza puede sonar extraño. Sin embargo, vivencias recientes me han recordado que aún hay esperanza y que sobran motivos para cultivarla.

Una situación de salud me permitió comprobarlo. Desde el simple “¿qué te pasa?” hasta el valiosísimo “¿cómo puedo ayudarte?”, destacando a quien dejó lo que estaba haciendo y “arrancó conmigo”, fueron gestos que me recordaron que la esperanza vive en las relaciones humanas. Esa vivencia personal me lleva a afirmar: todavía hay motivos para creer y seguir aportando.

 

¿Qué es la esperanza?

La esperanza ha sido definida de muchas maneras. Para algunos es ilusión; para otros, virtud; para otros más, un recurso psicológico. Lo cierto es que, desde la filosofía hasta la psicología contemporánea, la esperanza ha sido un tema recurrente.

Friedrich Nietzsche la llamó “el peor de los males” porque prolonga el sufrimiento, pero también habló de una esperanza activa: la confianza en crear nuevos valores.

En contraste, Tomás de Aquino la colocó en la cima, como virtud teologal junto a la Fe y la Caridad. Para él, la esperanza es brújula hacia un bienestar futuro: la bienaventuranza eterna, sostenida por la ayuda divina.

El psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto, observó que quienes encontraban un “para qué” vivir tenían más probabilidades de sobrevivir. En “El hombre en busca de sentido”, Frankl describe la esperanza como un “anclaje existencial” que sostiene incluso en medio del dolor.

Erich Fromm, en “El corazón del hombre”, subraya que la esperanza auténtica no es pasividad, sino “apertura dinámica al futuro”. La definió como una fe racional en la capacidad del ser humano para crecer en amor, justicia y libertad.

 

De la filosofía a la psicología positiva

La psicología positiva, impulsada por Martin Seligman en los años noventa, trasladó la esperanza al terreno de las ciencias sociales aplicadas. Seligman defendió que la psicología debía equilibrar el estudio de la enfermedad con el de las fortalezas humanas.

Hoy, investigadores consideran la esperanza como una fortaleza central ligada a la resiliencia y al bienestar. Estudios recientes destacan que las personas esperanzadas muestran microconductas visibles —como sonrisas y cordialidad— que mejoran las relaciones y promueven cambios prosociales. También recuerdan que la esperanza se fortalece o se debilita según el entorno cultural y social.

 

Una fuerza que nos invita a actuar

La esperanza no es un lujo ingenuo ni una ilusión vacía: es una fuerza vital que mueve a las personas, sostiene proyectos y fortalece comunidades. En tiempos de tanta incertidumbre, la esperanza puede ser esa chispa que alienta la cooperación, la solidaridad y el compromiso.

Por eso, además de lo que plantean filósofos o psicólogos, necesitamos volvernos cultivadores de esperanza: en nuestras familias, en nuestros trabajos, en las comunidades donde vivimos, en cualquier espacio en el que logremos incidir.

Por eso, para cerrar, escojo apoyo en este fragmento de una canción de Silvio Rodríguez:

“Venga la esperanza, pase por aquí,

venga de 40, venga de 2000,

venga la esperanza de cualquier color,

verde, roja o negra, pero con amor”.

Oportunidades para el avance


En estos días he estado vinculado muy de cerca con los aprestos de cara a un acontecimiento de altísimo valor para un área clave para el avance: el sector de las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes).
Las micro, pequeñas y medianas empresas desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de los territorios.

Generación de empleo, impulso a la economía, fomento de la diversificación económica, promoción de la identidad y la cultura, así como estimulación del desarrollo sostenible son solo algunas de las ventajas representadas por las mipymes.

En América Latina, las mipymes son un componente fundamental del tejido empresarial. Esta importancia se manifiesta en dimensiones como su participación en el número total de empresas y en la generación de empleo.

Según datos de la CEPAL, las mipymes constituyen el 99% del tejido industrial de la región, en donde generan un considerable porcentaje de los empleos.

En República Dominicana, según cifras oficiales, las mipymes representan el 98% del total de empresas. Estas generan más de 2 millones de empleos en la economía, lo que equivale al 54.4% de la población ocupada del mercado laboral.

La propia Constitución, en su Artículo 222, establece, en lo referido a “promoción de iniciativas económicas populares”, que “El Estado reconoce el aporte de las iniciativas económicas populares al desarrollo del país; fomenta las condiciones de integración del sector informal en la economía nacional; incentiva y protege el desarrollo de la micro, pequeña y mediana empresa, las cooperativas, las empresas familiares y otras formas de asociación comunitaria para el trabajo, la producción, el ahorro y el consumo, que generen condiciones que les permitan acceder a financiamiento, asistencia técnica y capacitación oportunos”.

De su lado, la Estrategia Nacional de Desarrollo, en su Objetivo General 3.1, hace alusión a “Una Economía articulada, innovadora y ambientalmente sostenible, con una estructura productiva que genera crecimiento alto y sostenido, con trabajo digno, que se inserta de forma competitiva en la economía global”.

En su objetivo específico 3.4.3, la Estrategia Nacional de Desarrollo se propone “Elevar la eficiencia, capacidad de inversión y productividad de las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes).

En ese marco, por sexta ocasión, bajo el lema “acercando nuestras mipymes y emprendedores a nuevos mercados”, el Ministerio de Industria, Comercio y Mipymes (MICM), con la Unión Europea como invitado de honor, ha renovado su compromiso para brindar a las micro, pequeñas y medianas empresas las herramientas necesarias para aumentar su productividad y garantizar su permanencia en el mercado.

Jornadas de este tipo son espacio idóneo para generar cambios que repercutan en real mejoría. De ahí que las califiquemos como reales oportunidades para el avance. Claro, lo son en la misma medida en que sean aprovechadas de manera proactiva.

Para muchos podría tratarse de exhibiciones, exposiciones y mucho movimiento. Quienes así la asumen echan a perder las reales oportunidades. Para que su impacto trascienda se necesita tener claro el rumbo, así como entender y asumir las ventajas que representan la calidad de las conexiones.

Conviene recordar que el dinamismo y el crecimiento económico son una parte clave, pero que –por sí solos- no representan auténtico desarrollo. Para hablar de real avance se precisa de combinar cuatro ámbitos, además de operar con claro criterio de sostenibilidad: el político, la empresa, el conocimiento y el territorio organizado.

Así es como, quienes conducen han de hacerlo para bienestar colectivo. La empresa, en coherencia con su propia lógica, ha de ser dinamizadora de las sociedades. El conocimiento cumple su rol como verdadero soporte de la mejoría, además de fuente para generar tecnología, que ha de asumirse como medio para lograr propósitos.

Y sobre el cuarto ámbito, el territorio organizado, vale precisar que eso de hablar sobre “destinatarios” o “beneficiarios” sólo sirve para enmascarar el deseo de perpetuar la situación de marginalidad de muchos conglomerados humanos.

En consecuencia, las micro, pequeñas y medianas empresas pueden muy bien aprovechar la semana mipymes para innovar, incluyendo la integración desde herramientas tecnológicas hasta acciones vinculadas a valor compartido con el territorio en donde operan.

Y, lógicamente, también pueden aprovechar para aumentar y mejorar sus conexiones, así como para garantizar su permanencia en el mercado, con aumento de productividad y de utilidades, y con claros criterios de sostenibilidad.


 Por Néstor Estévez

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